Por: Joe Rogers
Con el interés de lograr la unión marital, compré un juego de Scrabble hace un par de años, ignorando un hecho relevante: No me gusta el Scrabble. Por ello, ésta resultó ser mi compra menos exitosa.
Durante semanas el juego
permaneció en la sala sin ser usado, como un silencioso recuerdo de mis buenas
intenciones. De vez en cuando digo algo como: “Deberíamos jugar Scrabble en
algún momento”, y mi esposa está de acuerdo, pero raras veces lo hacemos.
No lo decía de corazón.
Un par de cosas influían
en ello. Uno: mi cerebro no tiene las conexiones como para ver un enjambre de
letras y ordenarlas para convertirlas en una palabra.
Dos: No me gusta perder.
No me gusta pensar en mí
como un contrincante fácil. Sé que nadie que me conozca bien, pensará eso de
mí. “Apasionado” parece ser la descripción más adecuada, aunque lo sea levemente.
Por ejemplo: una vez,
cuando tenía unos 20 años, me encontré jugando tenis con un excompañero de
clases. Esperaba conseguir su ayuda para llevar la puntuación, ya que a veces
pierdo la cuenta. Él me dijo que nunca prestaba atención a las puntuaciones.
“Yo puedo saber si estoy
jugando bien o mal por cómo me siento”, aseguró.
“¡Oh, no, no, no!”, fue lo
que yo pensé. Yo no estoy aquí como para servir de prueba de autoestima para
nadie. El objetivo es jugar bien para ganar.
Quizá por accidente, nunca
más jugamos.
Mi actitud se fusionó bien
con mi mejor amigo y compañero de habitación en la universidad. En una escala
del 1 al 10, él tenía 12, y hasta 13 en algunos días. Solíamos ocupar nuestro
tiempo en el colegio con horas y horas de competencias, incluyendo juegos de
cartas como Corazones, Spades, Crazy 8, entre otros.
Otros juegos eran de
nuestra propia creación, como lanzar bolsas de detergente hasta los distantes
cestos de la ropa mientras lavábamos; arrojábamos Frisbees por las puertas de
los otros dormitorios. Incluso, hacíamos reglas. Y créanme, manteníamos puntuaciones.
Eran frecuentes las pérdidas, sí que lo eran, pero no me desalentaron. Si lo
hubiesen hecho, no habría seguido jugando pool a lo largo de todos estos años.
Aún así, en nuestro
Scrabble familiar, me enfrenté con una desventaja adicional de tener que
aparentar que no me importaba perder. Combiné eso con una esposa que tiene un
cerebro con las conexiones para convertir un enjambre de letras en una palabra
(creo que le ayuda ser zurda), y allí se puede ver mi dilema.
Aún así, jugamos la otra
noche. Una agradable noche de sábado en la mesa de la cocina. Una música
agradable en la radio. Una cerveza fría a la mano, una cena en lontananza. ¿y
qué sucedió?
Saqué estas letras: RRRJLTK.
Sentí que las cosas no
irían bien.
Y así fue. Mientras ella
se paseaba por el tablero en varios sentidos, buscando casillas con bonos, yo
estaba limitado a la esperanza de una que otra vocal para colocar una palabra
de dos letras. Conseguí dos puntos por “it”. Traté de jugar “ex”, y ella me la
rechazó: dijo que esa no es una palabra, sino un prefijo.
Yo cedí, porque eso es lo
que hacen los esposos (¿verdad, chicos?). Entonces ella me dejó colocar “et”,
asumiendo que proviene del francés. Aunque para mí, como un chico de
Mississippi, significaba otra cosa
Eso fue una generosidad de
la que ella luego se lamentó.
De pronto, a medida que
disminuían las letras en la bolsa, las cosas comenzaron a mejorar para mí. Pude
colocar, prácticamente de la nada, “osprey” (que es un águila pescadora). Luego
“jerk”, que con la ayuda de un bono llegó a 60 puntos (ella se contuvo de hacer
el comentario obvio ante el significado de la palabra). Quark (N del T: anglicismo
aceptado en el DRAE) me dio 46 puntos más.
Y así terminó: Joe 326, Kayne
287. Luego pensé que este juego no es tan malo después de todo.
Un par de días después,
aún el brillo se mantenía en mí. Apenas llegué a mencionar mi triunfo.
Ella –aún quejándose de
“et”- dijo: “creo que te dejé ganar.
Vaya, esto podría ponerse
intenso.
FUENTE: ClarionLedger.com
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