viernes, octubre 12, 2012

Lo que juega la gente

Por: Joe Rogers

Con el interés de lograr la unión marital, compré un juego de Scrabble hace un par de años, ignorando un hecho relevante: No me gusta el Scrabble. Por ello, ésta resultó ser mi compra menos exitosa.

Durante semanas el juego permaneció en la sala sin ser usado, como un silencioso recuerdo de mis buenas intenciones. De vez en cuando digo algo como: “Deberíamos jugar Scrabble en algún momento”, y mi esposa está de acuerdo, pero raras veces lo hacemos.

No lo decía de corazón.

Un par de cosas influían en ello. Uno: mi cerebro no tiene las conexiones como para ver un enjambre de letras y ordenarlas para convertirlas en una palabra.

Dos: No me gusta perder.

No me gusta pensar en mí como un contrincante fácil. Sé que nadie que me conozca bien, pensará eso de mí. “Apasionado” parece ser la descripción más adecuada, aunque lo sea levemente.

Por ejemplo: una vez, cuando tenía unos 20 años, me encontré jugando tenis con un excompañero de clases. Esperaba conseguir su ayuda para llevar la puntuación, ya que a veces pierdo la cuenta. Él me dijo que nunca prestaba atención a las puntuaciones.

“Yo puedo saber si estoy jugando bien o mal por cómo me siento”, aseguró.

“¡Oh, no, no, no!”, fue lo que yo pensé. Yo no estoy aquí como para servir de prueba de autoestima para nadie. El objetivo es jugar bien para ganar.

Quizá por accidente, nunca más jugamos.

Mi actitud se fusionó bien con mi mejor amigo y compañero de habitación en la universidad. En una escala del 1 al 10, él tenía 12, y hasta 13 en algunos días. Solíamos ocupar nuestro tiempo en el colegio con horas y horas de competencias, incluyendo juegos de cartas como Corazones, Spades, Crazy 8, entre otros.

Otros juegos eran de nuestra propia creación, como lanzar bolsas de detergente hasta los distantes cestos de la ropa mientras lavábamos; arrojábamos Frisbees por las puertas de los otros dormitorios. Incluso, hacíamos reglas. Y créanme, manteníamos puntuaciones. Eran frecuentes las pérdidas, sí que lo eran, pero no me desalentaron. Si lo hubiesen hecho, no habría seguido jugando pool a lo largo de todos estos años.

Aún así, en nuestro Scrabble familiar, me enfrenté con una desventaja adicional de tener que aparentar que no me importaba perder. Combiné eso con una esposa que tiene un cerebro con las conexiones para convertir un enjambre de letras en una palabra (creo que le ayuda ser zurda), y allí se puede ver mi dilema.

Aún así, jugamos la otra noche. Una agradable noche de sábado en la mesa de la cocina. Una música agradable en la radio. Una cerveza fría a la mano, una cena en lontananza. ¿y qué sucedió?

Saqué estas letras: RRRJLTK.

Sentí que las cosas no irían bien.

Y así fue. Mientras ella se paseaba por el tablero en varios sentidos, buscando casillas con bonos, yo estaba limitado a la esperanza de una que otra vocal para colocar una palabra de dos letras. Conseguí dos puntos por “it”. Traté de jugar “ex”, y ella me la rechazó: dijo que esa no es una palabra, sino un prefijo.

Yo cedí, porque eso es lo que hacen los esposos (¿verdad, chicos?). Entonces ella me dejó colocar “et”, asumiendo que proviene del francés. Aunque para mí, como un chico de Mississippi, significaba otra cosa

Eso fue una generosidad de la que ella luego se lamentó.

De pronto, a medida que disminuían las letras en la bolsa, las cosas comenzaron a mejorar para mí. Pude colocar, prácticamente de la nada, “osprey” (que es un águila pescadora). Luego “jerk”, que con la ayuda de un bono llegó a 60 puntos (ella se contuvo de hacer el comentario obvio ante el significado de la palabra). Quark (N del T: anglicismo aceptado en el DRAE) me dio 46 puntos más.

Y así terminó: Joe 326, Kayne 287. Luego pensé que este juego no es tan malo después de todo.

Un par de días después, aún el brillo se mantenía en mí. Apenas llegué a mencionar mi triunfo.

Ella –aún quejándose de “et”- dijo: “creo que te dejé ganar.

Vaya, esto podría ponerse intenso.